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domingo, 14 de julio de 2013

DULCE PONZOÑA


      Oye, lentas, gotas de fría agua resbalando compungidamente por mis pétreas mejillas. Escucha el temblor del río caudaloso emanando, noche oscura, ante la luna yerma. Y es que mis ojos ya no son lo que eran, ni mi alma es ya mi casa, ni mis párpados mi escudo. Porque, ya, ni mi corazón golpea mi pecho, ni mi sangre corre ardiendo. Gélida se torna mi piel, mustia y seca mi cara. Respirar, anhelar una vida que me fue extirpada en un segundo; torpe y dificultosamente, al tiempo que escrutinio con las palmas de mis manos, secas, el aliento que me fue arrebatado.

      Caminan ahora, estos, mis marchitos pies, por un jardín de cansadas rosas rojas, firmes y negras espinas acaecen de sus largos y finos tallos empapados en mi ponzoñosa sangre. Veneno regado con el pesar que un día dejó tu marcha, que selló tu ausencia y marcaron tus palabras; hogaño distantes, amargas mas, a la vez, tan cercanas. Déjame palparlas, permíteme ahogarme en el tósigo de la flor joven y sosegada, de la juventud que, a día de hoy, me fue extirpada. Entiende que necesito su aroma, su pócima y roce, escrutar lentamente con mis dedos cada una de sus agujas para fundirme en las sombras, intencionada a cerrar los ojos en la más inmensa claridad del crepúsculo infinito.

      Admite que mi existencia no tiene cavidad en este mundo, en esta tierra verde y fértil, plagada de tiernos pájaros y dulces amapolas. Con tu sonrisa, tu ánimo y tus labios, que ya no son míos, sino que descansan junto al fervor de la mañana, al lado del nenúfar, blanco cielo de alegre mirada, de aquella en la que, una vez, tanto me asemejaba. Marcharme a la lobreguez de mi impenetrable mundo, de ese, planeta personal e intocable del que sólo yo poseo la llave. Allí, andar descalza sobre el lago de helado plasma, de negro cianuro y rosas rojas espinadas, de mis ilusiones y sueños que descansan, masacrados. Dejar aquí en el presente, el suelo lleno de jazmines y azaleas, de margaritas y crisantemos. De dalias, pimpollos adornados con la tuya, alegría de adolescencia y esperanzas por seguir andando. Caminar sobre el frescor del campo, por encima de aquel que reposa en ese, río de ferviente agua, de esas mis lágrimas, tapadas por tu júbilo, por esa risa que se fue con mi llanto, que se escapó de mis llagas y que, aún, no aparenta desear regresar a mi alma, también ausente. 

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