DULCE PONZOÑA
Oye, lentas, gotas de fría agua
resbalando compungidamente por mis pétreas mejillas. Escucha el temblor del río
caudaloso emanando, noche oscura, ante la luna yerma. Y es que mis ojos ya no
son lo que eran, ni mi alma es ya mi casa, ni mis párpados mi escudo. Porque,
ya, ni mi corazón golpea mi pecho, ni mi sangre corre ardiendo. Gélida se torna
mi piel, mustia y seca mi cara. Respirar, anhelar una vida que me fue extirpada
en un segundo; torpe y dificultosamente, al tiempo que escrutinio con las
palmas de mis manos, secas, el aliento que me fue arrebatado.
Caminan ahora, estos, mis marchitos
pies, por un jardín de cansadas rosas rojas, firmes y negras espinas acaecen de
sus largos y finos tallos empapados en mi ponzoñosa sangre. Veneno regado con
el pesar que un día dejó tu marcha, que selló tu ausencia y marcaron tus
palabras; hogaño distantes, amargas mas, a la vez, tan cercanas. Déjame
palparlas, permíteme ahogarme en el tósigo de la flor joven y sosegada, de la
juventud que, a día de hoy, me fue extirpada. Entiende que necesito su aroma,
su pócima y roce, escrutar lentamente con mis dedos cada una de sus agujas para
fundirme en las sombras, intencionada a cerrar los ojos en la más inmensa
claridad del crepúsculo infinito.
Admite que mi existencia no tiene
cavidad en este mundo, en esta tierra verde y fértil, plagada de tiernos
pájaros y dulces amapolas. Con tu sonrisa, tu ánimo y tus labios, que ya no son
míos, sino que descansan junto al fervor de la mañana, al lado del nenúfar,
blanco cielo de alegre mirada, de aquella en la que, una vez, tanto me
asemejaba. Marcharme a la lobreguez de mi impenetrable mundo, de ese, planeta
personal e intocable del que sólo yo poseo la llave. Allí, andar descalza sobre
el lago de helado plasma, de negro cianuro y rosas rojas espinadas, de mis
ilusiones y sueños que descansan, masacrados. Dejar aquí en el presente, el
suelo lleno de jazmines y azaleas, de margaritas y crisantemos. De dalias,
pimpollos adornados con la tuya, alegría de adolescencia y esperanzas por
seguir andando. Caminar sobre el frescor del campo, por encima de aquel que
reposa en ese, río de ferviente agua, de esas mis lágrimas, tapadas por tu
júbilo, por esa risa que se fue con mi llanto, que se escapó de mis llagas y
que, aún, no aparenta desear regresar a mi alma, también ausente.
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