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jueves, 29 de noviembre de 2012


          ¡Hola a todos! 
          Ayer mismo terminé de leer un libro bastante interesante y emotivo, pero el final era un poco frío, por lo que he decidido escribir otro, el desenlace que llevaba esperando durante toda la novela pero que no pudo ser.
          Espero que les guste, un saludo.


FINAL ALTERNATIVO


      En ese momento sus ojos se volvieron un mar de lágrimas. Sus labios, temblorosos, emitían una voz entrecortada, dulce y perfilada como la de un colibrí.
      Levantó la cabeza de tal manera que pude ver su mirada, así como la recordaba. Llena de juventud, de alegría y belleza que nada, ni siquiera la edad, había conseguido borrar.
      Pasmado, extrañado; mi nuevo corazón no era capaz de dar respuesta a lo que sentía en aquel instante. No oía el "tic-tac" de mi viejo reloj, no era capaz de escuchar nada, a parte de un sonido extraño, como de tambores, que venía de mi pecho.
      De repente, ella posó su mano sobre la mía con delicadeza y, a la vez, incertidumbre. La agarré firmemente, no quería soltarla por nada del mundo, ¡había echado tanto de menos su piel, tersa y cálida...!
      Mi respiración era cada segundo más agitada, su cuerpo se acercaba apoyado sobre unas piernas interminables, y una cadera perfecta en la que no me importaría navegar por el más extenso de los mares.
      Ese ruido de timbales era todavía más perceptible conforme conseguía oler su cabello, sus labios, esa boca sabor a fresa que tanto había extrañado la mía; sus pequeños hoyuelos que me transportaban a Edimburgo, a los diez años, la plaza del pueblo, a ella.
      Pero, ¿qué era aquel tremendo "bum-bum"? ¿Y por qué nadie más del Extraordinarium  se da cuenta de su presencia, mientras que resuena en mi cabeza y en mi torso con una fuerza descomunal?
      Y entonces ocurrió. La chica a la que había buscado durante tanto tiempo, por la que recorrí Europa para conquistarla; deslizó suavemente sus brazos sobre mi cuello, posando sus ligeros y finos dedos en mi nuca.
      Nuestros labios estaban a tan solo unos milímetros de distancia, dudosos. Mis manos tomaban su cintura, inagotable, para ir a colocarse en sus caderas.
      Nuestros ojos se encontraron, y en ese instante pude comprender, al fin, el estruendo que emitía mi cuerpo, y supe entender, de este modo, la mecánica del corazón.

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