EL ESPERPENTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL
Las emociones que, quizás, nos vengan
a la cabeza al observar esta imagen, serán: tristeza, desconsuelo, respaldo e,
incluso, miedo.
Tristeza, pues el ser humano de por sí es incapaz de evitar el
sufrimiento con fotografías como ésta. A toda persona le apena que otra esté en
esas condiciones, y de ahí surge el segundo sentimiento: el respaldo. O, como
se diría a día de hoy, la solidaridad. No obstante, ambas deben tener una
justificación precisa para que el hombre las padezca. La solución al enigma es nuestra tercera condición: el miedo.
Desde sus orígenes, el individuo ha padecido la duda existencial por la vida y la muerte. Nos horroriza el simple hecho de pensar que, mañana mismo, podamos aparecer muertos y, consecuentemente, el dejar de ver, de oír, de hablar y de respirar. Es tan grande ese temor que, ilustraciones como ésta, nos provocan pánico por la simpleza de imaginar que podríamos ser nosotros mismos los que estuviésemos en tal situación.
¿Y si ahora os dijese que, en la estampa, sólo una mujer padece cáncer, y que el resto, simplemente, se ha rapado el pelo para «solidarizarse» con ella? La sensación de turbación continuaría vigente, pese a ser fruto del inconsciente. No obstante, el desasosiego sería percibido en niveles inferiores. Es más, mostraríamos nuestro pleno apoyo a la causa, dejando por entendido que, actuaciones como ésta, son merecedoras de respeto y repercusión. No nos percatamos, pues, de que en esas menciones de renombre, buscamos únicamente el respaldo a la duda existencial y, por ello, el mero beneficio psicológico individual.
El ser humano es egoísta, y lo es porque padece miedo. Horror a fallecer, a no volver a abrir los ojos un día cualquiera, una mañana como otras, una noche como tantas. Esta imagen lo expresa de una forma muy sencilla.
Desde sus orígenes, el individuo ha padecido la duda existencial por la vida y la muerte. Nos horroriza el simple hecho de pensar que, mañana mismo, podamos aparecer muertos y, consecuentemente, el dejar de ver, de oír, de hablar y de respirar. Es tan grande ese temor que, ilustraciones como ésta, nos provocan pánico por la simpleza de imaginar que podríamos ser nosotros mismos los que estuviésemos en tal situación.
¿Y si ahora os dijese que, en la estampa, sólo una mujer padece cáncer, y que el resto, simplemente, se ha rapado el pelo para «solidarizarse» con ella? La sensación de turbación continuaría vigente, pese a ser fruto del inconsciente. No obstante, el desasosiego sería percibido en niveles inferiores. Es más, mostraríamos nuestro pleno apoyo a la causa, dejando por entendido que, actuaciones como ésta, son merecedoras de respeto y repercusión. No nos percatamos, pues, de que en esas menciones de renombre, buscamos únicamente el respaldo a la duda existencial y, por ello, el mero beneficio psicológico individual.
El ser humano es egoísta, y lo es porque padece miedo. Horror a fallecer, a no volver a abrir los ojos un día cualquiera, una mañana como otras, una noche como tantas. Esta imagen lo expresa de una forma muy sencilla.
En
ella, todos los sujetos esbozan una sonrisa. Un gesto que, a simple vista, es
capaz de antojársenos como un ademán de superación, de felicidad y tranquilidad
hacia la enfermedad tratada. Hasta, lograría adivinar, como una postura de
apoyo al paciente. Si bien, no es más que un intento de apaciguar sus
atormentadas mentes, dentro de las que existe la posibilidad de padecer, en
algún momento, dicha afección. Es, además, una falta de respeto adornada con la
palabra «solidaridad».
También,
desde su nacimiento, el hombre ha ido estableciendo unos cánones de conducta
sociales. Entre ellos, definió el bien y el mal, el dolor y la alegría, el
sufrimiento y la superación de uno mismo. Estableció los vocablos «enfermo» y «persona
sana», pavor y valentía. El individuo es infeliz por naturaleza y, debido a
ello, necesita que otro se sienta más infeliz que él para pensar que él mismo no
lo es.
La
«solidaridad» de esta fotografía se define como uno de los mayores actos de crueldad
al doliente, pues da a entender que éste debe sentirse mal por su afección. El
hecho de que un grupo de mujeres sanas se haya cortado el cabello con la intención
de mostrar a una amiga con cáncer que no se encuentra sola en su lucha, supone
la emisión de un juicio indiscutible: la fémina damnificada debe, inequívoca y
obligatoriamente, lamentarse por su condición de salud. Si, aquellas que la
conocen, no hubiesen alcanzado esta conclusión, ¿de qué les serviría deshacerse
de su pelo? Ya que, si el mundo hubiese enunciado, en su inicio, que el padecer
una dolencia no debe ser signo de pesadez ni aflicción; el grupo de señoras, al
completo, aún poseería sus mechones.
Este
tipo de ilustraciones son el resultado de una humanidad enferma. Una
colectividad que no es capaz de ponerse en los pies del afectado; sino que,
única y exclusivamente, se «solidariza» con
él teniendo el grosero propósito de acallar su terror por la probabilidad de
que, en un futuro, sea ella la afligida.
No hay,
en mi opinión, personas enfermas. Es la ciudadanía la que, exclusivamente, es
enfermiza, al promover que, el hecho de tener cáncer o cualquier otra afección,
debe ser motivo de amargura.
Por este
motivo, la única palabra que viene a mi mente al contemplar la fotografía, es esperpento.
Menuda crack eres Carmen, eso que escribes es precioso:)
ResponderEliminarMarta (equipo rojo)
Gracias Marta, me alegra que te haya gustado :')
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